Continuamos con nuestro viaje por el maravillosos mundo de la cultura clásica. Como indicaba en la anterior entrada, los pitagóricos descubrieron que dependiendo de la longitud de las cuerdas, el sonido resultante variaba.
Con estos sonidos de la gama pitagórica, los griegos formaron siete modos. Un modo es la escala constituida por una serie de notas diatónicas y que adopta como final una nota que cambia el orden de los tonos y los semitonos. Entre los griegos, al revés que en nuestra gama, la sucesión de sonidos es descendente.
Los griegos conferían a cada modo un valor expresivo y moral, su ethos. El modo dórico, corazón del sistema, juzgado el más antíguo, era el modo nacional por excelencia, masculino, noble, equiparable a la perfección.
El modo hipodórico poseía también también grandes cualidades de energía, pero de un cariz menos solemne.
Los demás modos estaban más o menos manchados de connotaciones asiaticas, eran más sospechosos de contribuir a la relajación de las costumbres debido a su caracter voluptuosos. No obstante, el purista Platón admitía el frigio, el modo dionisíaco por excelencia. El mixolidio se tildaba de patético.
La mayoría de estas finezas escapan hoy a nuestros oídos; las melodías compuestas según la escala modal griega nos parecen apenas diferenciadas, con un contenido expresivo muy deficiente. Es obvio que nuestra educación armónica y tonal nos han creado una sensibilidad auditiva totalmente opuesta a la de un ateniense del siglo V a. de C.
Otro día hablaremos con más profundidad de la expresividad de los modos griegos.
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